Todos los hemos visto alguna vez, todos nos hemos sorprendido al ver cómo, desde lo alto de un poste, solo sujetos de los pies, comienzan a descender rítmica mente. Pero, ¿por qué lo hacen?
Los orígenes de la ceremonia de los voladores se remontan a la época
prehispánica. Aunque no se tiene una fecha exacta, se sabe que a la llegada de
los conquistadores, sus principales cronistas consideraron esta danza como un
“juego”, quizá porque originalmente el atuendo empleado consistía en trajes
confeccionados con auténticas plumas de aves que representaban águilas, búhos,
cuervos, guacamayas, quetzales, calandrias, etcétera. Si bien los antecedentes
de la danza no están plenamente identificados, existe una leyenda que describe
el posible motivo de la ceremonia: “Hace muchos años, una fuerte sequía en la zona
del señoría de Totonacapan (que comprende los límites de los actuales estado de
Veracruz y Puebla) causó estragos entre los pueblos de la región y diezmó gran
parte sus habitantes. Un grupo de viejos sabios encomendó a unos jóvenes castos
localizar y contar el árbol más alto, recio y recto del monte, para utilizarlos
en un ritual complementado con música y danza, con el fin de solicitar a los
dioses su benevolencia para que les concediera lluvias generosas que
devolvieran su fertilidad a la tierra. Este culto debía realizarse en la parte
superior del tronco, para que las oraciones expresadas con fervor fueran
escuchadas en las alturas por sus protectores.”Al parecer, el buen resultado
que dio esa celebración fue acogido como un tributo que debería realizarse
periódicamente, convirtiéndose en una práctica permanente, que en un principio
se llevaba a cabo al inicio de la primavera, para esperar una buena fertilidad.
Actualmente, las fechas varían según la región.
EL “PALO VOLADOR”
Contrariamente a lo que se piensa, la ceremonia de los voladores no
inicia cuando éstos se arrojan al vacío. Hasta hace algunos años, el ritual
comenzaba con la selección del “palo volador” por parte del caporal (máxima
autoridad del grupo). Este se internaba en el monte en busca de un buen árbol;
al ser localizado, se danzaba en torno, inclinando el cuerpo en forma de
reverencia y en armonía con un son conocido como “del perdón” y se señalaba
hacia los cuatro puntos cardinales con bocanadas de aguardiente. Antes de iniciar el derribe del árbol, se
limpiaba el camino de la posible caída para evitar dañar la estructura;
posteriormente se procedía al corte: cuando el palo se encontraba ya en el
suelo se le quitaban las ramas y follaje hasta dejarlo “pelón”. El siguiente
paso consistía en transportar el poste desde el monte hasta el centro de la
población, empleando pequeños troncos a manera de rodillos, por donde se
deslizaba y era jalado por los hombres. Quedaba prohibido pasar por encima del
tronco o que mujer alguna lo tocara, ya que podría ser un augurio de mala
suerte para los voladores. Al llegar al lugar donde se incrustaría el
mástil de madera, se tejía a su alrededor una escalera de liana o soga que
permitiera llegar a la punta. Antes de
parar el poste en el pozo, se realizaba un ritual consistente en la “siembra”
colocación de un gallo o siete pollitos vivos, los cuales eran rociados con
aguardiente, además de tabaco y tamales, que en conjunto servían de ofrenda
para que el poste no reclamara la vida de los danzantes. El “palo volador” se
compone de: mástil, el cual se encuentra incrustado al suelo, en cuyo extremo
superior soporta al tecomate (manzana o mortero), aparato giratorio y principal
punto apoyo y equilibrio de los danzantes; cuadro o bastidor, en donde se
apoyan los voladores que se lanzarán al vacío, sujetos únicamente por los
“cables” de lazo amarrado y enrollados a los trinquetes del mástil.
ALGO MÁS QUE ADORNOS
Aunque originalmente la vestimenta de los voladores eran disfraces
elaborados con plumas de aves, debido al proceso de mestizaje la indumentaria
fue cambiando ante la influencia española. Hoy el traje empleado en el rito es
usado por los indígenas totonacas encima de sus tradicionales prendas de manta
blanca. Para la ceremonia, el volador se cubre la cabeza con un pañuelo amplio
o paliacate, sobre el que se coloca un gorro cónico, en cuya cima se localiza un
pequeño penacho multicolor en forma de abanico que simula el copete de un ave,
además de simbolizar los rayos solares que parten de un pequeño espejo redondo
que representa al astro. Unos largos listones de colores se deslizaban por la
espalda del danzante, simulando el arcoíris que se forma después de la lluvia.
El resto del tocado está adornado con flores de diversos tonos, símbolos de la
fertilidad de la tierra. Sostenidos del hombro derecho en dirección diagonal,
sobre pecho y espalda penden dos medios círculos de tela o terciopelo rojo que
representan las alas de los pájaras; encima de ellos se encuentran figuras de
flores, plantas y aves de distintos colores y tamaños, bordadas con lentejuela,
que aluden a la primavera; de la parte inferior penden unos flecos dorados que
reproducen los rayos del Sol. En la cintura del volador, por delante y por
detrás, nuevamente se aprecian los dos semicírculos con motivos similares a los
antes mencionados. El pantalón de tono rojo muestra, a la altura de las
pantorrillas, adornos de chaquira y espiguilla; en la parte inferior se
aprecian los flecos dorados, rematados por los botines de piel con tacón alto.
El empleo del color rojo es considerado como representativo de la sangre de los
danzantes muertos y la calidez del astro rey. En la Danza de los Voladores la
música se encuentra a cargo del caporal, quien ejecuta con un tamborcillo y un
flautín todas las melodías: el tamborcillo, elaborado de madera con dos vistas
de cuero, se sujeta a la palma de la mano del carpoal por medio de un amarre a
manera de pulsera; se golpea con una pequeña baqueta o vara de madera liviana
que marca el ritmo. El flautín de carrizo con tres orificios complementa las
notas del ritual. La sencillez de los instrumentos no constituye una limitación;
al contrario, demuestra una gran creatividad y los conocimientos de armonía y
acústica que posee el pueblo totonaca.
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